viernes, 7 de octubre de 2011



El origen de la vida y la habitabilidad de otros mundos, son dos de los misterios más grandes a los que se enfrenta la ciencia de hoy. Se ha dedicado mucha investigación a dilucidar estos temas, pero todavía faltan respuestas definitivas. JanHendrikBredehöft, de la UK's Open University, se dedica a considerar la habitabilidad de otros mundos. "Soy uno de esos muchachos que muelen pedazos de meteoritos para descubrir restos de química orgánica en su interior", dice Bredehöft, refiriéndose a su profesión.
En base a este tipo de estudios, ha llegado a creer que los mundos habitables pueden dividirse en cuatro categorías, cada una con una probabilidad distinta de ser el hogar de organismos extraterrestres. Esto presenta un gran potencial para ayudar en la búsqueda de vida en el Universo, en particular a medida que la tecnología avanza a la etapa en que la observación directa de planetas extrasolares es posible. Bredehöft ha expuesto sus ideas en el último Congreso de Ciencias Planetarias de Europlanet.



Tierra

Primera clase
Analizando cada tipo, Bredehöft ha considerado su potencial para hospedar vida compleja. Los planetas como la Tierra, constituyen la primera clase, y son una especie de "referencia" para los demás tipos, ya que sabemos que esta clase de mundos es capaz de sostener la vida compleja.
Los planetas como la Tierra presentan una atmósfera adecuada, agua en estado líquido, rangos moderados de temperatura y clima estable.


Venus
Segunda clase
La segunda clase de planetas son aquellos mundos que alguna vez fueron como la Tierra, tal el caso de Marte y Venus. "Por alguna razón, estos planetas abandonaron la zona habitable clásica", dice Bredehöft. "Marte se volvió demasiado seco, existe muy poca agua en este planeta, al menos no agua líquida. Y Venus se convirtió en una planeta muy caliente debido al efecto invernadero".

Sin embargo, Bredehöft piensa que aún existe cierta posibilidad de existencia de vida en este tipo de mundos. Él deduce que los organismos se podrían haber desarrollado cuando el planeta resultaba más hospitalario, y que esta vida podría sobrevivir incluso en los tiempos más duros. "Una vez que la vida se establece por sí misma, es realmente muy difícil de exterminar", dice Bredehöft. "En la historia de la Tierra se han producido eventos absolutamente devastadores, que podrían haber aniquilado todo tipo de vida, pero usualmente esto ha servido para mejorar la biodiversidad, antes que destruirla".
Europa (luna de Jupiter)
Tercera clase
Los cuerpos que poseen agua líquida, pero bajo una capa de hielo superficial, componen la tercera clase de mundos habitables. Europa, la luna de Júpiter, es un ejemplo clásico en nuestra propia vecindad cósmica. ¿Podría haber vida en lugares como éste? Las ideas de Bredehöft son especialmente pertinentes en este punto, ya que a menudo estos mundos no se ajustan completamente a la opinión convencional de zonas habitables. Europa, por ejemplo, se encuentra más allá de la zona de temperaturas del sistema solar donde el agua puede permanecer como un líquido sobre la superficie de un planeta. No obstante, aún así hay potencial para la vida.
El punto de vista tradicional de las zonas habitables piensa a una estrella local como la principal fuente de energía. Pero en los mundos de hielo como Europa, otros factores entran en juego, tales como la atracción gravitatoria de otro planeta. Los mundos con agua líquida bajo capas de hielo podrían estar habitados por organismos simples, a pesar de estar lejos de la zona habitable convencional, siempre y cuando la energía esté disponible de alguna otra forma.

Neptuno
Cuarta clase
El cuarto tipo de planeta habitable está compuesto casi en su totalidad por agua. Estos mundos hipotéticos tendrían un tamaño que iría desde el tamaño de Mercurio al de la Tierra, y presentarían océanos muy amplios. A diferencia de los océanos terrestres, el agua en estos planetas no estaría en contacto con silicatos u otras rocas.
"Estos planetas podrían estar compuestos sólo por agua, con un núcleo de hielo a alta presión; o podrían presentar masas de agua líquida separadas de un núcleo de silicato por una gruesa capa de hielo sometida a presiones altas", dice Bredehöft.
Una teoría para el origen de la vida en la Tierra dice que el material orgánico apareció en charcas poco profundas y luego se concentró a la superficie de las rocas adyacentes. Eventualmente, esta vida primitiva se propagó a los océanos. Otra teoría para el origen de la vida es que la química necesaria se produjo en los respiraderos, o ventilas, hidrotermales volcánicos. En los mundos acuáticos, sin embargo, estos escenarios no son posibles. Por lo tanto, Bredehöft piensa que no es probable que la vida se origine en esta clase de planetas.
"La cantidad de agua en los planetas acuáticos sería tan grande, que se necesitarían increíbles cantidades de carbono concentrado para que la vida tenga una chance. Algo bastante diluido", dice Bredehöft.

Opiniones consideradas
Luego de examinar los hechos, Bredehöft afirma que, después de todo, la mejor apuesta para encontrar ecosistemas extraterrestres es buscar planetas como la Tierra. Sin embargo, no cree que planetas como el nuestro necesariamente posean vida avanzada.
"No sabemos si el nivel de complejidad, o el tamaño, de los organismos que viven en la Tierra es esencialmente un resultado lógico de la evolución o si es sólo una variante del azar experimentada localmente", dice Bredehöft. "¿Están los seres inteligentes del planeta en el pináculo de la evolución? Lo asumimos así porque nos gusta vernos a nosotros mismos como algo especial".
Gracias al rápido ritmo de desarrollo de la tecnología de "caza de planetas", es sólo cuestión de tiempo hasta que podamos aprender mucho más sobre los exóticos planetas extrasolares y sus lunas, y seamos capaces de recoger información vital sobre sus propiedades. Hasta entonces, científicos como Bredehöft seguirán teorizando sobre los descubrimientos.
Y una vez consultado sobre qué tipo de organismos cree más susceptible de encontrar, Bredehöft respondió: "Probablemente algo viscoso".
2.
Especial de Ciencia y Tecnologia. 8 de diciem­bre. En los últi­mos días, unos cien­tí­fi­cos infor­ma­ron que hay tres veces la can­ti­dad de estre­llas que se pen­saba. Otro grupo de cien­tí­fi­cos des­cu­brió un micro­bio que puede vivir de arsé­nico, lo que implica que puede haber vida en con­di­cio­nes más extre­mas que las pen­sa­das. Previamente este mismo año, unos astró­no­mos reve­la­ron haber hallado por pri­mera vez un pla­neta poten­cial­mente habitable.
“La evi­den­cia es cada vez más fuerte”, comentó Carl Pilcher, direc­tor del Instituto de Astrobiología de la NASA, que estu­dia los orí­ge­nes, la evo­lu­ción y las posi­bi­li­da­des de vida en el uni­verso. “Creo que todo el que ana­lice esta infor­ma­ción va a decir, ‘tie­nen que haber vida allí’”. La evi­den­cia, no obs­tante, es dema­siado fresca y los cien­tí­fi­cos toda­vía no han sacado con­clu­sio­nes definitivas.
Una razón para no sen­tirse dema­siado opti­mista es que la bús­queda de vida comienza a nive­les muy peque­ños, micros­có­pi­cos, y luego se ana­liza la evo­lu­ción de esos orga­nis­mos. Los pri­me­ros indi­cios de que hay vida en otros pla­ne­tas podrían ser gene­ra­dos por un moho baboso más que por alguna ver­sión de ET, el Extraterrestre.
Los cien­tí­fi­cos tie­nen una ecua­ción que cal­cula las posi­bi­li­da­des de vida civi­li­zada en otro pla­neta. Pero se basa mayor­mente en puras supo­si­cio­nes y en con­si­de­ra­cio­nes como las posi­bi­li­da­des de que haya evo­lu­cio­nado alguna forma de inte­li­gen­cia y cuánto puede durar una civi­li­za­ción. En el fondo, esos cálcu­los se basan en dos fac­to­res bási­cos: ¿Cuántos sitios están en con­di­cio­nes de sus­ten­tar vida? Y qué tan difí­cil resulta que se per­pe­túe alguna forma de vida.
El des­cu­bri­miento de que hay más estre­llas que las pen­sa­das implica que hay una mayor can­ti­dad de sitios donde puede haber vida y hace que se expanda la defi­ni­ción de lo que cons­ti­tuye vida. Diez cien­tí­fi­cos entre­vis­ta­dos por la AP coin­ci­die­ron en que la posi­bi­li­dad de vida extra­te­rres­tre es más grande que nunca.
SethShostak, astró­nomo del Instituto SETI de California, dice que todas las evi­den­cias sur­gi­das en tiem­pos recien­tes “apun­tan en una direc­ción que alienta la vida allí, y no tenían por qué hacerlo”.
Los cien­tí­fi­cos des­car­ta­ron en su mayo­ría las teo­rías de que podía haber vida en otros pla­ne­tas. Ahora, según Shostak, es a la inversa y pen­sar que la Tierra es el único pla­neta donde hay vida es como creer en mila­gros. “Y los astró­no­mos no creen en mila­gros”, señaló. Los astró­no­mos, no obs­tante, sí quie­ren prue­bas y toda­vía no las tienen.
El astro­bió­logo de la NASA Chris McKay afirmó que “hay cosas reales que indi­can que ser opti­mista en torno a la pre­sen­cia de vida en otros sitios no es una ton­te­ría”.
Para empe­zar, hay que deter­mi­nar dónde puede haber vida. Hasta hace pocos años, los astró­no­mos pen­sa­ban que sólo podría haber vida en pla­ne­tas que cir­cu­lan alre­de­dor de estre­llas como nues­tro sol. Por eso, la bús­queda se enfocó en estre­llas como la nuestra.
Se des­cartó así la más común de las estre­llas, las lla­ma­das enanas rojas, que son más peque­ñas que nues­tro sol y más opa­cas. Probablemente el 90% de las estre­llas del uni­verso sean enanas rojas. Los astró­no­mos creían que los pla­ne­tas que cir­cu­lan en torno a ellas no pue­den tener vida.
Pero hace tres años, la NASA reunió a los prin­ci­pa­les exper­tos en ese tema, quie­nes ana­li­za­ron datos y lle­ga­ron a la con­clu­sión de que sí podría haber vida en los pla­ne­tas que orbi­tan las enanas rojas. Esos pla­ne­tas ten­drían que estar más cerca de sus estre­llas y no rota­rían tan rápido como la Tierra. Los cien­tí­fi­cos deter­mi­na­ron que las peque­ñas estre­llas pue­den ofre­cer con­di­cio­nes muy dis­tin­tas a las de la Tierra, pero que per­mi­ti­rían alguna forma de vida.
En otras pala­bras, hay miles de millo­nes de mun­dos nue­vos en los que no se puede des­car­tar que haya vida. La semana pasada un astró­nomo de Yale cal­culó que hay 300.000 tri­llo­nes de estre­llas, tres veces lo que se supo­nía. Lisa Kaltenegger, de la Universidad de Harvard, dice que los cien­tí­fi­cos ahora creen que la mitad de las estre­llas de nues­tra gala­xia podrían tener pla­ne­tas que tie­nen entre dos y diez veces el tamaño de la Tierra y en los que podría haber vida.
El paso siguiente es deter­mi­nar cuán­tos de esos pla­ne­tas se encuen­tran en zonas que no son ni muy calien­tes ni muy frías y podrían sus­ten­tar for­mas de vida. En abril se anun­ció el des­cu­bri­miento de uno de esos pla­ne­tas, aun­que algu­nos cien­tí­fi­cos cues­tio­nan ese anun­cio. Acto seguido hay que ana­li­zar qué tan posi­ble es la vida.
En la última década y media los cien­tí­fi­cos com­pro­ba­ron que hay for­mas de vida que cre­cen en ácidos, en la Antártida y en otras con­di­cio­nes extre­mas. Pero nada impactó más que el anun­cio de la semana pasada de que una bac­te­ria puede sobre­vi­vir con arsé­nico en lugar de fós­foro. Siempre se dijo que había seis ele­men­tos esen­cia­les para la vida: car­bono, hidró­geno, nitró­geno, oxí­geno, fós­foro y sul­furo. Esto obliga a cam­biar la defi­ni­ción de lo que cons­ti­tuye vida.
Al com­pro­barse que es posi­ble que haya vida en con­di­cio­nes más extre­mas que las pen­sa­das hasta ahora, aumenta auto­má­ti­ca­mente la can­ti­dad de pla­ne­tas donde podría haber vida, expresó Kaltenegger, quien tam­bién tra­baja en el Instituto Max Planck de Alemania.
Donald Brownlee, astró­nomo de la Universidad de Washington, cree que, supo­niendo que haya vida en algún otro sitio, se tra­ta­ría pro­ba­ble­mente de micro­bios difí­ci­les de ver desde gran­des dis­tan­cias. Y que las dis­tin­tas fuer­zas geo­ló­gi­cas y atmos­fé­ri­cas que actúan sobre los pla­ne­tas podrían evi­tar que la vida evo­lu­cione y se trans­forme en algo com­plejo o inte­li­gente, según dijo.
3.
Una serie de descubrimientos recientes hace que aumenten las posibilidades de que haya vida en otros sitios del universo.
En los últimos días, unos científicos informaron que hay tres veces la cantidad de estrellas que se pensaba. Otro grupo de científicos descubrió una bacteria que puede vivir de arsénico, lo que implica que puede haber vida en condiciones más extremas que las pensadas. Previamente este mismo año, unos astrónomos revelaron haber hallado por primera vez un planeta potencialmente habitable.
"La evidencia es cada vez más fuerte. Creo que todo el que analice esta información va a decir, 'tienen que haber vida allí'", comentó Carl Pilcher, director del Instituto de Astrobiología de la NASA, que estudia los orígenes, la evolución y las posibilidades de vida en el universo.
La evidencia, no obstante, es demasiado fresca y los científicos todavía no han sacado conclusiones definitivas.
Una razón para no sentirse demasiado optimista es que la búsqueda de vida comienza a niveles muy pequeños, microscópicos, y luego se analiza la evolución de esos organismos. Los primeros indicios de que hay vida en otros planetas podrían ser generados por un moho baboso más que por alguna versión de ET, el Extraterrestre.
Explorando el cosmos
Los científicos tienen una ecuación que calcula las posibilidades de vida civilizada en otro planeta. Pero se basa mayormente en puras suposiciones y en consideraciones como las posibilidades de que haya evolucionado alguna forma de inteligencia y cuánto puede durar una civilización. En el fondo, esos cálculos se basan en dos factores básicos: ¿Cuántos sitios están en condiciones de sustentar vida? Y qué tan difícil resulta que se perpetúe alguna forma de vida.
El descubrimiento de que hay más estrellas que las pensadas implica que hay una mayor cantidad de sitios donde pude haber vida y hace que se expanda la definición de lo que constituye vida. Diez científicos entrevistados por la AP coincidieron en que la posibilidad de vida extraterrestre es más grande que nunca.
SethShostak, astrónomo del Instituto SETI de California, dice que todas las evidencias surgidas en tiempos recientes ''apuntan en una dirección que alienta la vida allí, y no tenían por qué hacerlo''.
Los científicos descartaron en su mayoría las teorías de que podía haber vida en otros planetas. Ahora, según Shostak, es a la inversa y pensar que la Tierra es el único planeta donde hay vida es como creer en milagros. ''Y los astrónomos no creen en milagros'', señaló.
Los astrónomos, no obstante, sí quieren pruebas y todavía no las tienen.
Paso a paso
El astrobiólogo de la NASA Chris McKay afirmó que "hay cosas reales que indican que ser optimista en torno a la presencia de vida en otros sitios no es una tontería".
Para empezar, hay que determinar dónde puede haber vida. Hasta hace pocos años, los astrónomos pensaban que sólo podría haber vida en planetas que circulan alrededor de estrellas como nuestro sol. Por eso, la búsqueda se enfocó en estrellas como la nuestra.
Se descartó así la más común de las estrellas, las llamadas enanas rojas, que son más pequeñas que nuestro sol y más opacas. Probablemente 90% de las estrellas del universo sean enanas rojas. Los astrónomos creían que los planetas que circulan en torno a ellas no pueden tener vida.
Pero hace tres años, la NASA reunió a los principales expertos en ese tema, quienes analizaron datos y llegaron a la conclusión de que sí podría haber vida en los planetas que orbitan las enanas rojas. Esos planetas tendrían que estar más cerca de sus estrellas y no rotarían tan rápido como la Tierra. Los científicos determinaron que las pequeñas estrellas pueden ofrecer condiciones muy distintas a las de la Tierra, pero que permitirían alguna forma de vida.
En otras palabras, hay miles de millones de mundos nuevos en los que no se puede descartar que haya vida.
La semana pasada un astrónomo de Yale calculó que hay 300 mil trillones de estrellas, tres veces lo que se suponía. Lisa Kaltenegger, de la Universidad de Harvard, dice que los científicos ahora creen que la mitad de las estrellas de nuestra galaxia podrían tener planetas que tienen entre dos y 10 veces el tamaño de la Tierra y en los que podría haber vida.
El paso siguiente es determinar cuántos de esos planetas se encuentran en zonas que no son ni muy calientes ni muy frías y podrían sustentar formas de vida. En abril se anunció el descubrimiento de uno de esos planetas, aunque algunos científicos cuestionan ese anuncio.
Acto seguido hay que analizar qué tan posible es la vida.
Vida sí, pero ¿qué vida?
En la última década y media los científicos comprobaron que hay formas de vida que crecen en ácidos, en la Antártida y en otras condiciones extremas. Pero nada impactó más que el anuncio de la semana pasada de que una bacteria puede sobrevivir con arsénico en lugar de fósforo. Siempre se dijo que había seis elementos esenciales para la vida: carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y azúfre. Esto obliga a cambiar la definición de lo que constituye vida.
Al comprobarse que es posible que haya vida en condiciones más extremas que las pensadas hasta ahora, aumenta automáticamente la cantidad de planetas donde podría haber vida, expresó Kaltenegger, quien también trabaja en el Instituto Max Planck de Alemania.
4.
Como estamos habituados a vivir sobre la Tierra, que es un planeta rocoso con superficie sólida, tendemos a considerar que de existir, la vida extraterrestre también debería estar confinada a estos ambientes. Sin embargo, la posibilidad de hallarla en medios gaseosos, como la atmósfera de Júpiter, es plausible, aunque solamente se ha tenido en cuenta hace poco tiempo. Tal vez encontremos algún tipo de organismos entre las corrientes y nubosidades de los mundos gigantes de nuestro Sistema Solar.
Todo el mundo conviene en que la existencia de vida extraterrestre necesita de ciertos nichos que deben presentar unas condiciones suficientemente estables y apropiadas para el desarrollo de los organismos que habiten en ellos. El problema que la astrobiología ha venido estudiando últimamente es cuáles son esos nichos y si hay otros que no hemos creído convenientes para la vida pero que al estudiarse más a fondo nos llenan de incertidumbre.
¿Hasta qué punto la vida se aferra a la vida? ¿Es posible que hayamos obviado lugares en los cuales realmente es posible la vida sólo porque no sabíamos la resistencia de ésta y creíamos improbable encontrarla allí? El avance en el conocimiento de la exobiología nos ha llevado a ampliar cada vez más los horizontes sobre la capacidad de los organismos de adaptarse a ambientes inhóspitos. Son muchos los ejemplos en donde hemos hallado vida en ambientes desfavorables: volcanes, chimeneas hidrotermales, lagos árticos, desiertos, el interior del planeta Tierra, géiseres, zonas con niveles de acidez (pH=2) o salinidad (pH=11) extrema, fosas oceánicas, y ¡hasta en los reactores nucleares!. Todas estas manifestaciones biológicas en lugares tan dispares nos da alguna confianza de encontrar vida en otros planetas. En el Sistema Solar hay unos cuantos casos de mundos que podrían haberla albergado o estar albergándola: Marte y Europa son el centro de atención a este respecto. Posiblemente también Titán (e incluso Venus y las demás lunas galileanas) contenga si no ahora, en un futuro la biosfera adecuada para la
evolución de la vida.

Pero ¿qué hay respecto a esas inmensas esferas de gas, los planetas gigantes Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno? ¿Es plausible encontrar algo vivo allí? ¿Sería posible que la vida se hubiera adaptado a esas atmósferas tan tumultuosas? Con vientos de varios centenares de kilómetros por hora y su extraña composición, qué organismos serían capaces de sobrevivir en esas condiciones?
De los cuatro, los mejor posicionados para albergar vida son Júpiter y Saturno. Urano, por su parte, no emite al espacio una cantidad mayor de radiación de la que recibe del Sol, lo cual indica que no tiene una fuente interna de calor. A tal distancia de nuestra estrella (2.800 millones de kilómetros), no disponer de energía adicional implica que la hipotética vida debería ceñirse a la que le llegara desde el Sol. Esto es algo menos que la 1/500 parte de energía que recibe la Tierra; poca para que las comunidades biológicas puedan ser algo más que simples moléculas orgánicas.
Neptuno sí emite más radiación de la que le llega desde el Sol (1,7 veces más). El calor residual de la formación de este planeta aún es bastante importante, pero se halla a 4.500 millones de kilómetros, y por tanto sólo recibe 1/1000 de la iluminación terrestre. Aunque la atmósfera de Neptuno ha evidenciado que es muy activa (las fotos del Voyager 2 así lo revelan), su lejanía, pese a estar compensada por la fuente interna de energía, tal vez sea un obstáculo insalvable para que la vida se haya podido desarrollar (en círculos pseudocientíficos se ha hablado de la presencia en Neptuno de caras y formaciones artificiales, pero me parece un tanto incoherente; Neptuno no tiene superficie, sino una gigantesca atmósfera gaseosa. ¿Estarían pues flotando estas estructuras de centenares de kilómetros y millones de
toneladas sobre un lecho de nubes de metano? Sería como si quisiéramos instalar en nuestros cirros una gran ciudad como Nueva York o Tokio. ¿No parece algo imprudente?).
Descartados pues Urano y Neptuno (siempre en base a los conocimientos actuales que tenemos de ellos) para albergar vida en sus senos atmosféricos, vamos a centrarnos en los otros dos casos que parecen a priori más prometedores.


Júpiter (figura 1) es un mundo gigantesco. Mil planetas como nuestra Tierra cabrían en su interior, y algunas de sus formaciones son iguales o incluso más grandes que ella (la Gran Mancha Roja es casi tres veces mayor). Las naves Voyager, a finales de los años setenta, y la Galileo desde 1995 hasta prácticamente hoy nos han aportado mucha información sobre este planeta. Las condiciones que encontraríamos allí serían extrañas. Quizá la característica más sorprendente es que Júpiter (y los otros gigantes gaseosos) no tiene una superficie sólida como en la Tierra. Todo él (excepto quizá el interior más profundo, donde podría haber un núcleo semilíquido de rocas, mezclado con agua, metano y amoníaco) es un continuo gaseoso de nubes de hidrógeno y helio en variadas configuraciones (figura 2).

 
De entre las distintas capas atmosféricas de Júpiter, la que resulta más adecuada para la vida es, por supuesto, la más externa. A medida que nos acercamos hacia el interior del planeta, la presión se vuelve tan intensa que solamente a 1.000 kilómetros bajo las nubes el hidrógeno se transforma en un extraño líquido molecular,
donde las temperaturas alcanzan varios centenares e incluso miles de grados centígrados.
Queda claro que ante tal ambiente no hay demasiadas posibilidades para el nacimiento de forma alguna de vida. Sin embargo, en las capas superiores, a la sazón las mejor conocidas, el panorama puede ser distinto.
Sus dominios están azotados por intensos vientos, y la atmósfera es tan turbulenta que no hay nada que impida que algo situado en las condiciones relativamente tranquilas de las nubes altas sea arrastrado con facilidad hacia capas más profundas. Si hubiera moléculas orgánicas por allí, las turbulencias podrían arrojarlas en dirección a lugares de temperatura y presión mayores, con lo que éstas acabarían disociándose en sus componentes elementales. Sin embargo, esto tal vez no sea un problema insalvable.
Dos de los primeros científicos que especularon desde una perspectiva científica sobre la posibilidad de hallar vida extraterrestre en Júpiter fueron el planetólogo Carl Sagan y el biólogo Edwin E. Salpeter, ambos de la Universidad de Cornell, en EE.UU. Lo que hicieron fue comparar el ambiente joviano con los mares terrestres. En nuestros océanos encontramos organismos que constituyen la base alimentaria, que correspondería al plancton fotosintético. Después hallamos a peces que se nutren de estos criaturas, y a continuación los predadores, que se alimentan de aquellos. En Júpiter, según Sagan y Salpeter, podría haber ecosistemas similares, pero a una escala mucho mayor.
En primer lugar, los organismos predominantes en la alta atmósfera podrían ser los llamados "buceadores", pequeños seres que se reproducen con celeridad y dejan descendencia numerosa. Así debe ser, ya que siendo tan diminutos, las corrientes de convección podrían muy fácilmente llevarlos de un sitio a otro sin parar, y en algún momento es probable que acaben yendo "hacia abajo", calentándose demasiado y muriendo chamuscados. Para mantener estable la población deben ser fecundos, de lo contrario podrían morir muchos de ellos y la especie acabaría desapareciendo. Esta sería la base alimentaria joviana, por decirlo de alguna manera, el plancton de los planetas gigantes.
En el segundo grupo estarían los "flotadores" o "flotantes", organismos con forma de globo de hidrógeno de gigantesco tamaño. Tal vez tan grandes como una ciudad, irían expulsando gases diversos, de manera que retuvieran el hidrógeno, más liviano, y así pudieran flotar o sostenerse bastante bien entre la activa atmósfera de Júpiter. Sin duda también podrían ser arrastrados hacia zonas más calientes del planeta, pero gracias a su peculiar sistema de empuje tendrían mayores probabilidades de sobrevivir.
Este tipo de criaturas tal vez se alimentaría de las moléculas orgánicas, presentes en muchos puntos de Júpiter. Quizá fueran capaces de elaborar sus propias moléculas con la débil luz del Sol que les alcanza, a la manera de nuestras plantas. Estarían reunidos en una especie de grupos territoriales, como rebaños, dispuestos a zamparse, a su manera, unos cuantos cientos de buceadores. Teniendo esas dimensiones, es posible que fueran visibles desde el espacio, aunque sería difícil porque Júpiter es enorme, y sus capas nubosas más externas quizá cubran a estos extraños rebaños de flotadores.
El vivir en tales agrupaciones sería un regalo para los últimos de los organismos que Sagan y Salpeter imaginan. En efecto, los "cazadores", seres ágiles y de veloces movimientos, constituirían el último y más perfeccionado escalón de la hipotética biología de Júpiter. Emergidos como consencuencia de la evolución que buceadores y flotadores habrían experimentado a lo largo del tiempo, los cazadores tienen en los flotadores su mejor alimento, ya que les reportan hidrógeno puro y moléculas orgánicas. Se podría imaginar a unos cuantos cazadores en pos de los flotadores, persiguiéndoles a través de los estratos nubosos de Júpiter. (figura 3)
Esta correspondencia entre ecosistemas y organismos del planeta más grande del Sistema Solar y nuestro mundo (atmósfera de Júpiter y mares terrestres, hundientes y plancton, flotadores y peces, cazadores y predadores) es sólo una visión hipotética y altamente especulativa que Sagan y Salpeter desarrollaron en 1976, justo después de la visita de las primeras sondas espaciales hacia Júpiter (Pionner 10 y 11) y justo antes de que llegaran las otras dos naves estadounidenses (Voyager 1 y 2). No obstante, utilizaron los conocimientos físicos y químicos que se tenían sobre el planeta gigante en esa época, por tanto se basaban en muchos datos e informaciones reales.

Encontrar flotadores o cazadores en Júpiter podría ser un sorpresa, pero en ningún caso sería descabellado. Las especulaciones de Sagan y Salpeter están apuntaladas científicamente. Aunque nunca halláramos estos organismos, entra dentro del terreno de la ciencia imaginar posibles escenarios en donde la vida ha podido aparecer y formular cuántas hipótesis sean necesarias, teniendo en cuenta lo que sabemos y lo que no. En cambio, especular con la existencia de una civilización que construye caras en las nubes de Neptuno no entra dentro de la ciencia, simplemente porque se apoya con una base carente de informaciones objetivas o indicios muy poco claros y contrastados.
Isaac Asimov también dio rienda suelta a su inagotable imaginación para especular sobre Júpiter y la vida en 1979. Consideró que "podríamos simplemente imaginar células vivas y tal vez complicados animales multicelulares que vivieran en el océano de Júpiter y se conservaran a un nivel de temperatura cómoda". Después añade que sería plausible encontrar formas de vida "aerodinámicas, para que pudieran moverse con rapidez en un medio más viscoso que el aire terrestre y, en consecuencia, sería muy probable que esas formas de vida carecieran de órganos manipuladores". Aun va más allá Asimov y conjetura que "parece muy probable que si la vida se desarrolló [en Júpiter y los otros gigantes], y evolucionó hasta el punto de la inteligencia, sería la del delfín, más bien que la del ser humano".
Concluye Asimov que "podría haber vida en Júpiter y en los otros planetas gigantes, incluso vida inteligente, pero no parece probable que hubiese civilizaciones tecnológicas como nosotros las concebimos".
Tales reflexiones de Asimov están recogidas en su famoso libro "Civilizaciones extraterrestres", publicado en 1979, antes incluso de la llegada de las Voyager al planeta joviano. El estudio atento de las casi 25.000 fotografías enviadas por ambas de este mundo no solamente ha revelado la inexistencia de una civilización tecnológica, sino que ha sembrado muchas dudas sobre la viabilidad de formas de vida evolucionadas en la atmósfera de Júpiter. Pero para tener una evidencia sólida a favor (o en contra) de la presencia de organismos en este planeta, era indispensable hacer un análisis de mayor exactitud de las condiciones atmosféricas de Júpiter, y no había mejor forma de hacerlo que enviando allí una nave que penetrara en la maraña nubosa y la estudiara en profundidad.
Así fue como casi veinte años después de todas estas recreaciones ficticias (aunque posibles) de la vida en Júpiter, llegó en 1995 a este planeta la Galileo, lanzada seis años antes. Una pequeña cápsula (figura 4) había sido desprendida del cuerpo de la nave madre y fue lanzada el 7 de diciembre a 170.000 kilómetros, sufriendo desaceleraciones equivalente a 230 veces la gravedad en la Tierra y temperaturas de miles de grados. Con todo, la sonda atmosférica envió durante casi una hora información muy valiosa de los estratos de Júpiter, antes que la altísima presión la desintegrara.




Los resultados ayudaron a clarificar por ejemplo que los vientos de Júpiter son consecuencia del calor interno del planeta (al contrario que en la Tierra, debidos a la radiación solar), que la proporción entre hidrógeno y helio es del doble de lo esperado (en total, un 99%, como el Sol), y que hay menos rayos de los previstos (son diez veces menos abundantes que en la Tierra). Pero la escasa presencia de agua era, de entre todas las previsiones, la que más perplejidad produjo.
Las estimaciones, en base a los datos de las Voyager y del impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 en Júpiter, inducían a pensar que el planeta tenía grandes concentraciones de agua entre sus nubes, muy por encima de los niveles solares. Pero la sonda sólo midió un 10% de la cantidad total presente en el Sol. Es decir, muy poca agua. Para encontrar vida extraterrestre tal vez los únicos requisitos imprescindibles sean el agua y una fuente de energía. Una biología no "estimulada" por el agua, aunque posible, no está muy bien considerada por los científicos. Pese a que el amoníaco puede suplirla hasta cierto punto, prácticamente todos los esfuerzos de la astrobiología en la actualidad para hallar vida en otros mundos están basados en los que poseen o han poseído agua (Marte, Europa, etc.). Consecuentemente, hallar tan poca agua implica menores posibilidades de que exista. Sagan y Salpeter, Asimov, y todos los demás científicos que habían creído factible la vida joviana, parecían estar pues equivocados.
Pero a veces las cosas no son tan sencillas. Si se hubiera aceptado a pies juntillas los datos obtenidos, nuestra visión se transformaría para considerar a Júpiter como un planeta seco. Pero en lugar de eso se pensó que tal vez la sonda entró por una zona desprovista de humedad. En palabras de Agustín Sánchez Lavega, "es como si una sonda penetrase sobre el Sáhara y tratáramos de extrapolar los resultados al resto de la atmósfera terrestre".
De hecho, sólo un año después, los estudios efectuados por la Galileo sobre la atmósfera de Júpiter evidenciaron que en efecto la sonda había pasado por un claro entre las nubes del planeta, y que éstas podían ser cien veces más húmedas. Se halló asimismo que los puntos secos están situados entre los 5 y 7 grados de latitud norte (justo por donde entró la sonda). Sólo la mala suerte ha querido que no tengamos evidencias directas de un Júpiter húmedo y biológico. De haber entrado por un estrato nuboso y disponer de una cámara fotográfica, tal vez la sonda hubiera enviado a la Tierra las primeras imágenes de organismos extraterrestres, que ¿por qué no?, ¡bien pudieran ser buceadores, flotadores o delfines jovianos!
La posibilidad de hallar algún tipo de organismos en Júpiter, pues, permanece intacta, y debemos seguir especulando como hicieran Sagan y Salpeter en su día, para intentar imaginar nuevos y estimulantes escenarios en los que la vida haya hecho su aparición. Quién sabe si algunas de nuestras ideas algún día resulta ser cierta.
Pero ¿y Saturno? ¿Puede cobijar también vida extraterrestre? Tenemos aquí otro mundo, similar a Júpiter, que en efecto podría esconderla entre sus amarillentos cinturones nubosos. Aún es pronto para aventurarlo, pero no tendremos que esperar demasiado. La nave Cassini-Huygens llegará al sistema de Saturno el año próximo. A partir de entonces iniciará, como lo ha hecho la Galileo, el estudio del planeta anillado y sus muchas lunas. Nuevas y sorprendentes revelaciones nos aguardan a 1.400 millones de kilómetros.
¿Vida en Saturno? Es una posibilidad. Sólo el tiempo (y quizá la sonda Cassini) nos lo dirán.




webgrafia

http://panoramaaz.com/tecnologia/aumentan-posibilidades-de-vida-en-otros-planetas-2687
http://www.eluniversal.com.mx/articulos/61936.html
http://www.eluniversal.com.mx/articulos/61936.html
http://www.astrosafor.net/Huygens/2004/46/VidaPlanetas.htm

No hay comentarios:

Publicar un comentario